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Antes del Big Bang - ¿Cuánto pesa el alma?

Antes del Big Bang - ¿Cuánto pesa el alma?: "

Tengo mono de ciencia. Y no lo digo en busca de originalidad. Con tantos viajes, compromisos y presentaciones (la próxima el miércoles 12 en Valencia)… me lo estoy pasando genial; pero añoro tener tiempo para charlar con investigadores, enfrascarme después en sus temas, y sobre todo poder apagar móvil y mail durante una tarde entera para ordenar información y buscar enfoques originales de transmitirla en este blog.


Será cuestión de aprovechar bien los viajes en tren, especialmente un sábado por la mañana cuando alguien roba piezas de hierro de instalaciones ferroviarias, caen 400 metros de catenaria entre Salou y Cambrils, y te pasas 5 horas encerrado en un vagón. Qué suerte tener a mano dos libros prestados, y poder aislarte de este loco mundo reflexionando sobre qué había antes del Big Bang, cuánto pesa el alma humana, y si es más “normal” creer en la existencia de lo primero o la segunda.


Martin Bojowald: Universos rebotando


Hasta hace poco los físicos nos decían que no tenía ningún sentido preguntarse qué había antes de la gran explosión que 13.700 millones de años atrás originó nuestro Universo. Explicaban que el tiempo se creó en ese mismo instante, que ese estado de densidad y temperatura infinita era una “singularidad” en la que cualquier ley física perdía su sentido, y que no había manera científica de investigarlo.



Las cosas están cambiando. Cosmólogos como Martin Bojowald están construyendo teorías físico-matemáticas que les permite sortear este concepto de singularidad, y crear ecuaciones que podrían explicar qué ocurrió en el instante cero, o incluso antes.



Un poco de introducción primero: hay dos grandes teorías compitiendo por unificar la relatividad de Einstein con la mecánica cuántica para conseguir una única teoría del todo que pueda explicar nuestro cosmos. La más conocida es la teoría de cuerdas – de la que ya hablamos en su momento- y que asume que las partículas son cuerdecitas vibrando en espacios de 11 dimensiones. Otra teoría es la gravedad cuántica de bucles, que establece algo también muy extraño: el tiempo y el espacio no son continuos sino compartimentados. De la misma manera que la materia está hecha de átomos, el espacio estaría hecho de “átomos de espacio”; cubitos de tamaño infinitesimal e imperceptible a nuestros experimentos que serían la mínima unidad del espacio e incorporarían bucles de tiempo y materia. Asumiendo esto, la gravedad cuántica de bucles es capaz de reescribir las ecuaciones de la relatividad de Einstein, pero de manera que incluyan el comportamiento cuántico.


¿y qué saca Bojowald con todo esto? Él aplicó la gravedad cuántica de bucles al Big Bang, se convirtió en el pionero de la cosmología cuántica de bucles, y definió matemáticamente una nueva visión del Cosmos: nuestro Universo se originó después del colapso de otro Universo anterior. Como si los universos fueran rebotando uno después de otro (Big Bounce Theory). El universo predecesor entró en una fase de expansión negativa donde la materia se fue colapsando cada vez más hacia un punto que –lejos de ser una singularidad-, empezó a expandirse de nuevo. Sus ecuaciones sugieren que estos “cubitos” de espacio tienen una capacidad máxima, y a escalas extremadamente pequeñas la gravitación cuántica puede ser repulsiva. Fue el Big Bang que conocemos.










¡Ojo con Bojowald! Él mismo invierte páginas y páginas de su libro advirtiendo que sólo es un marco teórico, que matemáticmente encaja, pero que no tiene porqué ser su visión la correcta. Critica aspectos de la teoría de cuerdas como sus dimensiones adicionales o el tremendo número de soluciones que sus ecuaciones ofrecen, y asegura que como ocurrió cuando los griegos hablaron por primera vez de átomos, hasta que no se puedan realizar experimentos ni teoría de cuerdas ni gravedad cuántica de bucles podrán ser corroboradas. Pero lo que le caracteriza es que –a diferencia de otros cosmólogos de grandes diseños- este pionero en la cosmología cuántica de bucles es joven, no tiene prisa, y en transmite una clara vocación por construir experimentos que pongan a prueba sus modelos matemáticos. Sabemos que tardarán una o dos décadas, pero que estos experimentos llegarán. Y si dan la razón a Bojowald, establecería una nueva gran revolución cientofica: nuestro Universo fue precedido por otro anterior.



Me interesó un fragmento de la introducción donde Bojowald se pregunta “¿para qué sirven todos los avances científicos si uno no puede transmitirlos?”. En campos como biomedicina, fuentes de energía, o nuevos materiales; igualmente para muchísimo. En otros, para nada. Hay ciencia que sólo sirve para ser contada. Me explico: El objetivo de Bojowald es generar conocimiento sobre el origen del Universo. Loable. Pero ese conocimiento sólo es útil si llega a la gente. Si no, es como tener un fármaco para la diabetes y no comercializarlo. No quiero aburriros con mis historias, pero uno de mis objetivos para el 2011 es trabajar –no en España- en que la propia ciencia dedique partidas de su presupuesto a comunicar. No pasa nada si un científico determinado prefiere no despistarse con la comunicación y concentrar todo su tiempo en investigar. Con que ceda parte de su financiación a profesionales de la difusión científica –que lo harán mucho mejor- ya me vale.



Regresando al libro, si alguien busca una visión actualizada de la cosmología actual con aspectos como la inflación, agujeros negros o energía oscura; y profundizar en la idea de Bojowald: el Universo ya existía antes del Big Bang, viene del rebote de uno anterior, y la cosmología cuántica de bucles podría explicarlo; ésta es una obra muy didáctica.



Fisher: ¿Cuánto pesa el alma?


Libro muy diferente, en el que Fisher hace algo que me encanta: utilizar chorradas como gancho para transmitir mensajes científicos de hondo calado. (bueno; no siempre tan hondo…) Lo consiguió en su exitoso “¿Cómo mojar una galleta?”, y repite fórmula en un libro sencillito que no está nada mal, y empieza con un descabellado experimento de lo más curioso:


El estadounidense Duncan MacDougall lo tenía claro: si el alma existía, debía tener un sustrato físico, ocupar espacio, y por tanto pesar algo. Sitúate a principios del siglo XX, con conceptos todavía muy difusos sobre mente-cuerpo-alma… y si lo piensas bien, la aproximación de MacDougall era totalmente lógica: si en verdad tenemos un alma que se escapa de nuestro cuerpo al morir, en el preciso instante de la muerte nuestro cuerpo deberá experimentar una ligera pérdida de peso. ¿cómo comprobarlo? Fácil (en esos tiempos): coges a un tuberculoso moribundo, y lo pones encima de una plataforma sobre una balanza de la época. Durante las 3 horas 40 minutos que el joven de color tardó en morir ese 10 de abril de 1901, a MacDougall le tocó ir ajustando constantemente los brazos de la balanza por la pérdida de líquidos por evaporación. Pero según parece, tras el último suspiro ocurrido a las 9:10 MacDougall observó una repentina pérdida de peso.


Sé lo que estáis pensando: se lo pudo haber inventado. Cierto; pero aquí vienen lo interesante. MacDougall se comportó como un verdadero científico: en lugar de repetir experimentos para confirmar el hallazgo, diseñó nuevas pruebas que pudieran refutarlo, o aportar otra explicación: puso voluntarios a exhalar vigorosamente, o sudar, o modificar otros parámetros. Pero nada ocurría. Realizó experimentos con 15 perros envenenados, y en ningún caso observó pérdida de peso al morir. Entonces repitió el experimento con un segundo tuberculoso, afinando todo lo posible, y de nuevo observó una pérdida de unos 80 gramos en el momento de la muerte.Hizo varias pruebas más, y de media se perdían 21 gramos. MacDougall creía haber encontrado el peso del alma humana. Pero –como acredita su correspondencia- temeroso a las críticas y reacciones negativas de sus compañeros científicos, guardó sus resultados durante 5 años. Finalmente los publicó con un alto grado de auto-escepticismo. Él documentaba el hecho fisiológico de la pérdida de peso al morir, y sugería (advirtiendo que podría haber otras explicaciones) la posibilidad de que se tratara del alma escapando del cuerpo. Fascinante historia. En su libro Len Fisher dice que nadie ha intentado hasta ahora repetir los experimentos, y sólo se habían realizado pruebas similares con ratones. La reflexión final es que los experimentos de MacDougall no contentaron a nadie. Quienes creen en la existencia del alma la conciben como algo insustancial, y quienes la niegan buscarán explicaciones alternativas como corrientes de convención, o errores en la balanza. Y es que nos cuesta horrores aceptar ideas que no encajen en nuestro marco conceptual.


Me quedé pensando cómo a diferencia de la práctica totalidad de humanos que nos precedieron en siglos anteriores, muchos de nosotros descartamos la existencia de un “alma” física o sustancia vital que abandone nuestros cuerpos llevándose nuestra esencia a algún lado; y estamos convencidos que a pesar de parecernos estáticas en el cielo nocturno, las estrellas se están alejando unas de otras debido a una gran explosión inicial. Parece más intuitivo creer en el alma que en el big bang. La ciencia realmente transforma nuestra visión del mundo.



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